La importancia de la sangre en las ceremonias mágicas y religiosas es evidente. "La sangre es vida" afirma Moisés en Deuteronomio 12: 23, y luego procede a decirle a los judíos que no deben consumir la sangre de los animales que sacrifican, sólo la carne, ya que la vida (sangre) no puede ser ingerida junto con la carne.
En otras palabras, el espíritu no debe ser degradado por la materia. El capítulo 12 del Deuteronomio da instrucciones detalladas sobre ofrendas de sangre y quemas a Dios sobre un altar. Las quemas usualmente suponían consumir en el fuego por completo el animal sacrificado.
Por otro lado las ofrendas de paz exigían quemar la grasa y otras partes del animal como sacrificio hacia Dios, y casi toda la carne era consumida por los sacerdotes y sus familias. La sangre era invariablemente vertida sobre el altar o sobre la tierra.
La costumbre de la vela encendida recuerda los tiempos de las ofrendas de paz, y la cera de la vela derritiéndose puede relacionarse con la grasa del animal. La sangre ha sido frecuentemente equiparada con la fuerza vital que energiza el cuerpo. El hombre primitivo debe haber observado muchas veces la muerte de una persona por la pérdida de este fluido. Por consiguiente habría sido natural para él suponer que la sangre era el principio vital de la existencia. Sólo hay un paso desde esta idea hasta la identificación de la sangre y el espíritu con Dios. Por tal razón un sacrificio de sangre al Creador simplemente significa una restauración del espíritu a la fuente inicial.
En general el sacrificio puede ser visto como el medio que el hombre usa para reconocer su dependencia de los poderes ocultos que controlan la vida, el desarrollo y la muerte. Es una forma de comunicación con los dioses y la ratificación de un pacto o acuerdo espiritual entre el hombre y una fuerza sobrenatural, ya sea para bien o para mal.
Los pactos satánicos que han llegado a nosotros desde tiempos medievales exigen al mago el uso de su propia sangre como señal de un acuerdo demoníaco. Por otro lado, los ritos de sacrificio hechos por los antiguos hebreos hacia Dios, también requerían ofrendas de sangre.
El Levítico, uno de los primeros libros de la Biblia, clasifica y regula cuidadosamente los tipos de sacrificios que han de ofrecerse a la divinidad. Tal vez los sacrificios más sagrados de los hebreos eran los conocidos como ofrendas por pecados y ofrendas por culpa, que intentaban restaurar la relación entre Dios y el hombre. Esto fue lo máximo en el sistema de sacrificios judío. Novillos y cabras eran sacrificados y su sangre era esparcida en el lugar más sagrado del templo, considerado como el sitio que Dios ocupaba cuando descendía a la tierra. Después, los pecados de las personas eran recitados frente a una cabra, la cual era luego dejada en el desierto como ofrenda al demonio Azazel.
Siglos más tarde, la cabra era arrojada a un acantilado. Es interesante observar que la cabra se relacionaba con Satanás u otras fuerzas demoníacas, no sólo entre los judíos, también en muchos otros lugares alrededor del mundo. La famosa Cabra de Mendes es uno de los símbolos del satanismo, pues es la figura del Baphomet que representa a Satanás como la cabra sabática. Las cabras han sido animales de sacrificio en muchas culturas. Por ejemplo, los griegos sacrificaron quinientos de estos mamíferos como acción de gracias por la victoria en Maratón. En Nepal, durante el festival de Bassain en octubre, el ejército nepalés sacrifica cantidades de cabras y novillos a Durga, la diosa hindú que representa el triunfo.
El ritual de sacrificio de la cabra es una forma simbólica de "eliminar el mal del interior" para ofrecerlo a Dios. En este sentido el sacrificio de la cabra puede verse como la destrucción de las fuerzas negativas y las aspiraciones del hombre por unirse con las fuerzas positivas del amor y la armonía.
Los sitios en los cuales son ofrecidos los sacrificios varían según la cultura. En tiempos primitivos se realizaban en cavernas, arboledas, colinas, etc. El desarrollo de la civilización originó una nueva conciencia en los ritos de sacrificio. Fueron construidos templos para que sirvieran como moradas de los dioses. Dentro del altar o los altares del templo, se ofrecían los sacrificios a las divinidades. El templo era visto como una corte real, y los sacerdotes representaban siervos del dios-rey.
Se hacían sacrificios para los dioses en conjunto con peticiones personales y comunales, y eran vistos como una actividad normal de la vida diaria de la corte divina. Los actuales templos hindúes corresponden marcadamente a esta antigua forma de simbolismo sagrado. Los sacrificios hechos en ellos incluyen alimentos, bebidas, flores, y polvos de colores; pero aún hay templos que ofrecen sangre a la temida diosa Kali.
En los sacrificios de sangre de los antiguos vikingos, la parte más importante del acto consistía en esparcir dicho fluido sobre el altar, las paredes del templo, y luego rociar la cantidad restante sobre los participantes de la ceremonia.
En Israel, esparcir la sangre de la víctima sobre el altar era un acto preliminar antes de quemar la carne del animal, como ofrenda. En la cábala la ley de correspondencias es tan importante que los significados ocultos son comúnmente encontrados en palabras de construcción similar. Por ejemplo, la palabra dam significa sangre en hebreo, y está incluida en el nombre Adam, que quiere decir hombre. Por consiguiente, los cabalistas ven una clara correlación en la unión de dam y A (la letra Aleph), que a su vez representa la fuerza de la creación. Ellos toman la unión de A y dam, que forma el nombre Adam, como un pacto de sangre entre Dios y la humanidad. Con este ejemplo podemos ver la importancia del simbolismo de la sangre en las relaciones del ser humano con la divinidad.
Por esta razón, en la tradición hebrea todos los convenios entre los patriarcas y Dios fueron ratificados con un sacrificio de sangre, especialmente la circuncisión. Tan grande fue la santidad e importancia de dicha ofrenda, que Abraham estaba dispuesto a sacrificar su único hijo como prueba de su fe y devoción a Dios. Sólo la intervención del Creador hizo que el patriarca no sacrificara su propio hijo.
El agua es vista por los cabalistas como la fuente potencial de la sangre, capaz de transformarse en tan preciado símbolo de vida. De acuerdo a las escrituras, Moisés convirtió las aguas del río Nilo en sangre, y miles de años después Jesús transformó el agua en vino. La correlación entre vino y sangre es bien conocida, el mismo Jesús, que es reconocido en la tradición esotérica como un maestro cabalista, hizo esto obvio durante la Ultima Cena, cuando llenó una copa con vino y la ofreció a sus discípulos diciendo: "Beban de ella, todos ustedes; porque esto significa mi sangre del Nuevo Testamento, que ha de ser derramada a favor de muchos para el perdón de los pecados (Mateo 26: 27-28).
Este sacrificio de sangre es aún representado con la misa católica. Durante la ceremonia de oficio, el sacerdote presenta a la congregación una copa llena con vino y repite las palabras de Jesús, "bebed, porque esta es mi sangre..."
El sacrificio humano también fue parte del culto primitivo. Los Aztecas, Incas, e Indios Norteamericanos fueron sólo unas de las culturas primitivas, algunas bastante avanzadas, que realizaron esta clase de ofrendas. Estos sacrificios estaban invariablemente conectados a rituales estacionales para fertilidad o prosperidad.
Los antiguos rituales del "rey agonizante"; en los cuales el rey de la tribu era sacrificado para asegurar la longevidad de la comunidad son también una forma de sacrificio humano con connotaciones estacionales. El sacrificio del rey era necesario, pues su vida estaba ligada al progreso y la fertilidad de sus tierras y gentes; si envejecía y moría, corría peligro la seguridad de todos.
Los Shilluk del Nilo Blanco en Africa, practicantes asiduos de este sacrificio, estrangulaban sus viejos reyes o los hacían morir de inanición. Los dioses que morían y luego resucitaban, del Este del Mediterráneo, como Osiris, Adonis, Attis y Tammuz, son también ejemplos de "reyes agonizantes".
Aunque los sacrificios humanos ya no pertenecen a la forma de vida de las sociedades primitivas, son realizadas en algunas partes del mundo, especialmente en áreas del Pacífico Sur, Africa, y el valle amazónico en Brasil, la morada de los indios Jíbaros. Incluso en culturas modernas y civilizadas, encontramos asesinatos ritualísticos ocasionales, tales como el publicitado caso de la familia Manson.
Los sacrificios de sangre son aún observados en muchos cultos primitivos, pero los animales domésticos han tomado el lugar de la víctima humana. Los ritos yorubas que han sido llevados al culto latinoamericano conocido como santería, son buenos ejemplos de estas prácticas. La santería muestra sincretismos entre los dioses de los yorubas y los santos de la fe católica. Por ejemplo, San Antonio es visto como la personificación del dios Elegguá, mientras Santa Bárbara es identificada con Changó, el dios del fuego y el trueno.
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